ORIGEN DE LA MEDICINA
VETERINARIA Y ZOOTECNIA
Desde el
momento en que el hombre domesticó a los animales, su relación para con ellos
dejó de ser algo más que la simple subsistencia alimenticia. Una firme alianza,
muchas veces defensiva-ofensiva, debió contemplar un cuidado mutuo. En garantía
de este vínculo, el hombre aportó a través de su raciocinio el dominio de un
arte y ciencia, ni más ni menos que la veterinaria, la capacidad de curar las
enfermedades de su socio.
Habiéndose
producido el fenómeno de la domesticación en el Neolítico, es evidente que
hallaremos hombres dedicados al cuidado de la salud animal ya desde este
período, si bien la ausencia de documentos escritos nos obligan a guiarnos por
otras fuentes menos explícitas como las pinturas rupestres, que muy poco nos
indican a no ser unas rayas verticales en la cueva de Montespan, Francia, que
han sido interpretadas como cercos donde posiblemente se mantenían los animales
domesticados.
En
Egipto los animales sagrados tenían, dentro de los templos, personas que
estaban a cargo de su alimentación y cuidado. "Los sacerdotes de menor
rango, los uab (purificados) examinaban los animales para el sacrificio; los de
mayor categoría o hemunefer (servidores del dios) cuidaban de los
animales..."[1]. Aparte de estos estaban los swnw, prácticos laicos cuyas
funciones eran la inspección del ganado y de la carne, y de supervisar a los sacrificadores
de los templos.
El papiro de Kahun es el documento que atestigua la presencia de la medicina veterinaria en Egipto. En él se describen enfermedades del ganado y su tratamiento, así como de enfermedades de perros, gatos, aves y peces. "Además de ritos mágicos y religiosos, los tratamientos preventivos y curativos de enfermedades de los animales incluían baños fríos y calientes, fricciones, cauterizaciones, sangrías, castración, reducción de fracturas, etc."[2].
El papiro de Kahun es el documento que atestigua la presencia de la medicina veterinaria en Egipto. En él se describen enfermedades del ganado y su tratamiento, así como de enfermedades de perros, gatos, aves y peces. "Además de ritos mágicos y religiosos, los tratamientos preventivos y curativos de enfermedades de los animales incluían baños fríos y calientes, fricciones, cauterizaciones, sangrías, castración, reducción de fracturas, etc."[2].
En la
Mesopotamia el Código de Hammurabi (hacia el -1750) contiene aranceles para la
cura de bueyes y asnos. En la religión hindú el veterinario Palakapya era
considerado hijo de un santón y de una elefanta. Otro veterinario célebre fue
Salihotra, cuyo nombre se adjudicó posteriormente al caballo y a los médicos de
caballos: salihotrasastra.
Dentro
del territorio de lo que hoy es China, en el siglo VIII a. C. el veterinario
Wang Tao escribió una obra sobre enfermedades del hombre, del caballo, de los
vacunos y de los perros. Cuatro siglos más tarde el veterinario Ma Shi Huang
"curaba caballos y dragones, nombre que en la literatura china se daba a
los caballos celestiales que sudan sangre, es decir a caballos padeciendo de lo
que en la actualidad se considera una parasitosis por Parafilaria
multipapilosa"[3].
En la
India, el rey Asoka, conocido como el Constantino del budismo por su
favoritismo hacia esta religión, mandó construir durante su reinado (hacia el
-270) hospitales veterinarios, pasookicisa, para recoger los animales enfermos.
Jenofonte,
el gran polígrafo ateniense discípulo de Sócrates, escribió un tratado De la
equitación, que posee algunos principios de higiene animal, si bien como su
título lo indica no es una obra dedicada a la patología equina. También dedicó
su atención a los perros en una obra llamada De la caza y de la montería.
Aristóteles
escribió una Historia de los Animales, así como Partes de los Animales -el más
antiguo tratado de fisiología animal en cualquier idioma- y un tratado sobre la
Generación de los Animales. La especulación filosófica predomina en general
sobre cualquier otro tipo de certeza, de allí que haga afirmaciones, como que
la rabia no es transmisible al hombre no importa las mordeduras que se
produzcan, sin rigor científico. Sin embargo algunos de sus razonamientos no
dejan de llamar la atención, como aquel en que sostiene que existen en la
sangre fibras, aparte del agua, que producen la coagulación [4]. O este otro:
"El corazón es la única de las vísceras, y ciertamente la sola parte del
cuerpo, incapaz de tolerar cualquier afección grave, cosa que razonablemente
tiene que ocurrir; porque si la parte primaria o dominante estuviere enferma,
nada hay ya a que puedan recurrir confiadamente las demás partes que de ella
dependen. Prueba de que el corazón no puede tolerar afección morbosa es el
hecho de que ninguna res inmolada en los sacrificios se ha visto nunca que
estuviera afectado por las enfermedades que se observan en las demás vísceras;
porque fueron muchas las veces que se hallaron los riñones llenos de piedras y
excrecencias, pequeños abscesos, como en el hígado, pulmones, y más que todos
ellos en el bazo. También hay muchos estados mórbidos observados en dichas
partes, siendo la porción del pulmón junto a la tráquea, y la porción del
hígado situada junto a la unión con el gran vaso de la sangre las menos
propensas a ellos. También admite esto explicación razonable; porque
precisamente en estas partes es en donde el pulmón y el hígado están más
íntimamente unidos al corazón. De otra parte, cuando los animales mueren de
enfermedad y no debido a sacrificio, y por afecciones como las indicadas antes,
descubrimos afecciones morbosas en el corazón, si las buscamos"[5].
El romano Catón (234-149 a.C.) en su obra "De re rústica", aconsejaba cuidar las pezuñas de los bueyes cubriéndolas con pez líquida. Como tratamiento de la sarna y para prevenir las picaduras de garrapatas, recomendaba una maceración de semillas de altramuz junto con otra planta llamada amurco, disuelta en agua o en vino, preparación esta que se debía aplicar al cuerpo de la oveja por dos o tres días, lavando luego al animal con agua de mar.
El romano Catón (234-149 a.C.) en su obra "De re rústica", aconsejaba cuidar las pezuñas de los bueyes cubriéndolas con pez líquida. Como tratamiento de la sarna y para prevenir las picaduras de garrapatas, recomendaba una maceración de semillas de altramuz junto con otra planta llamada amurco, disuelta en agua o en vino, preparación esta que se debía aplicar al cuerpo de la oveja por dos o tres días, lavando luego al animal con agua de mar.
Publio
Virgilio Marón (70-19 a. de C.) recordaba en sus Geórgicas que los pastores
trataban sus ovejas con sarna esquilándolas y después las frotaban con un
ungüento hecho de orujo de aceite amargo, espuma de mercurio, azufre virgen,
pez de Ida, cera crasa, cebolla albarrana, eléboro y betún.
Un rico
patricio romano nacido en territorio hoy hispánico, Lucio Junio Moderato
Columela, fue el que usó por vez primera la palabra veterinario en el siglo I.
La utilizó para calificar al pastor que ejerce las funciones inherentes a los
conocimientos de medicina animal. Entre sus enseñanzas referidas a la medicina
veterinaria cabe consignar su preocupación porque los animales no defecaran
sobre el forraje, y por el aislamiento de los enfermos.
El libro
sexto de los doce que dedicó a la agricultura, está consagrado al cuidado y
cría de bueyes, caballos y mulas. Indica remedios para la mayoría de las
afecciones comunes de estos animales, y si bien muchas observaciones están
llenas de supersticiones, tales como que los dolores de vientre e intestinal se
curan en los bueyes y caballos nada más mirando patos, no son pocos los
preceptos que muestran el adelanto de la ciencia médica.
Para
tratar las apostemas lo mejor era "abrirlas con hierro que con
medicamento. Después de haber exprimido la concavidad que contenía la materia,
se lava con orina de buey caliente, y se ata poniendo hilas empapadas en pez
líquida y aceite..."[6].
La
castración de los terneros -y en esto Columela seguía los consejos de Magón- se
debía hacer no con "hierro", sino comprimiendo los testículos con un
pedazo de cañaheja hendida, y que se fueran quebrantando de a poco. Cuando se
quería hacer un buey, y por consiguiente el hierro era inevitable, la mejor
época era la primavera o el otoño, especialmente cuando la luna estaba en
cuarto menguante. Aun así, la hemorragia se controlaba mejor ajustando dos
listones angostos de madera a la altura de los "nervios" de los
testículos.
Para la
sarna del caballo aconsejaba frotar al animal, expuesto a los rayos del sol,
con resina de cedro o aceite de lentisco, o con grasa de becerro marino; pero
si la enfermedad estaba avanzada eran necesarios remedios más heroicos, en cuyo
caso daba resultado una preparación hecha cociendo partes iguales de betún,
azufre y eléboro en pez líquida y manteca añeja. Antes de aplicar el producto
se debía raspar la zona afectada con un hierro, lavándola con orina.
El ajo,
de múltiples indicaciones terapéuticas en la historia de la medicina, era
empleado en su forma molida tanto en la sarna del bovino, como en la mordedura
del perro rabioso.
Otro
ejemplo de la superstición aplicada en la veterinaria romana lo da Plinio
Segundo (25-79), quien recomendaba prevenir la rabia en el perro dándole leche
de una nodriza que estuviese amamantando a un niño. Las mordeduras de los
perros rabiosos se debían tratar aplicando en la herida cenizas de una cabeza
de perro, las que también podían ser bebidas [7].
Un
edicto del emperador Diocleciano, fechado en el año 301 después de Cristo, al
tiempo que tasa los precios de alimentos se ocupa de nuestra especialidad
fijando aranceles a los veterinarios o mulomedicus.
El
grecobizantino Apsirto, del siglo IV de nuestra era, fue veterinario jefe en el
ejército de Constantino, el emperador romano que aceptó la libertad de cultos.
Su obra se halla en la Hippiatrika, compilación hecha por un escritor hasta hoy
desconocido, ordenada por Constantino VII en el siglo X. Al retirarse de la
actividad, formó una escuela de hipiatría.
Los
romanos alumbraron aún otra figura de la profesión como fue Renatus Vegetius,
del siglo V, que es reconocido como el primer autor de un libro escrito
dedicado exclusivamente a la medicina veterinaria. Se lo considera el padre de
la especialidad.
En la
Edad Media aparece el mariscal, cargo asignado al jefe de doce caballos entre
los germanos. Tenía a su cargo el cuidado de ellos ejerciendo las funciones de
un veterinario.
No hubo
grandes avances científicos en el medioevo, por lo que toda una pléyade de
santos fueron consagrados al cuidado de los animales. San Roque y San Sebastián
eran invocados en casos de peste; San Huberto y Santa Quiteria contra la rabia;
San Eloy se encargaba de las fracturas y será, con el tiempo el patrono de los
veterinarios; San Blas protegía a todos los animales, mientras que San Antonio
ponía todo su énfasis en la atención de cerdos y ganado menor [8].
En el
siglo IX aparecen simultáneamente herraduras de clavo en Bizancio y en
Occidente, lo que dio origen a un nuevo oficio: el herrador. Pese a que al
principio no se confunden la medicina con el arte de herrar, lentamente y por
el contacto constante con los animales, el herrador va adquiriendo los
conocimientos suficientes como para ejercer ambas actividades. Así ocurrió en
España y en sus colonias, mientras que en el resto de Europa, "desde el
mariscal, caballerizo, se llega al veterinario; los herradores no influyen en
la evolución científica de la profesión"[9].
"La
institución de la caballería como casta social durante el medioevo influencia
poderosamente la medicina de los équidos... Si el caballo era prenda inseparable
del caballero, se comprende el interés en saber cuidar y curar tan preciado
animal; entre las obligaciones que señala a los caballeros el Rey Alfonso X, en
las Partidas, figuran conocimientos de hipología e hipiátrica. Don Quijote
recuerda que los caballeros andantes han de saber herrar el caballo y catar sus
heridas"[10].
El rey
Alfonso XI mandó escribir en el siglo XIV un Libro de la montería, donde las
dolencias del perro merecen un tratamiento especial.
"Uno
de los documentos más valiosos para la historia universal de la Veterinaria es
el manuscrito de Álvarez de Salmiella, mariscal español del siglo XIV, cuyo
ejemplar se conserva en la Biblioteca Nacional de París; el estudio de la
cirugía veterinaria del medioevo está completo en esta obra, tanto en la
descripción de las técnicas operatorias como en las admirables ilustraciones que
exornan el texto..."[11].
Los
albéitares ejercieron su actividad en España como si fueran hipiatras, es
decir, limitando su accionar al tratamiento de las enfermedades de los equinos
y al arte de herrar [12]. Todos anteponían a su título, el de "maestro
herrador", aunque el arte no formaba parte de la albeitería, sino que era
simplemente un complemento. El albéitar siempre era a la vez herrador, en
cambio la condición inversa no era la regla. Muchas veces un simple menestral
poseía el título de maestro herrador, careciendo del de albéitar.
A fines
del siglo XV, los Reyes Católicos de España designan albéitares examinadores, y
una pragmática que lleva la fecha del 13 de abril de 1500, dada en Sevilla
confirma la concesión extendida a los albéitares de las Reales Caballerizas, la
de examinar a los aspirantes a maestros de albeitería y herradores. Esta es la
demostración de la existencia del Proto-albeiterato, cuyo primer Tribunal - el
de Castilla- estuvo en Madrid; más tarde, a lo largo del siglo XVI aparecieron
otros Tribunales en Pamplona -Navarra-, Zaragoza -Aragón-, Barcelona -Cataluña-
y Valencia.
Para ser
juez examinador siempre había que ser albéitar de las Reales Caballerizas, de
allí el nombre de "Real Tribunal" con que se lo designó al grupo de proto-albéitares
examinadores.
Francia
es conceptuada como la patria de la veterinaria moderna. Uno de sus más
antiguos y mejores cultores fue Jacques Labessie de Solleysel (1617-1680),
quien en 1664 publicó "Le Parfait Maréchal", obra que aparte de su
inigualable valor para la formación del veterinario de la época, se destacaba
por denunciar la penosa situación en que se hallaba la profesión debido a haber
caído el arte en manos de los herradores.
El
Consejo de Estado del Rey de Francia expidió en los años 1746, 1774 y 1775,
diversos decretos en los que se ordenaba la declaración obligatoria de las
enfermedades, el marcado de los animales, se legislaba sobre el transporte y el
comercio de aquellos, así como se disponían normas sobre enterramiento de
cadáveres, indemnización de ganaderos y problemas relativos al sacrificio. El
primer país que aplicó el sacrificio fue Inglaterra durante la epizootia de
1745, en la que se mataron seis mil vacunos [13].
El lauro
que más enaltece a la nación francesa es el de haber sido la cuna de la primera
escuela oficial para enseñar Veterinaria. Un decreto del 4 de agosto de 1761
autorizaba a Claudio Bourgelat, director de la Escuela Militar de Equitación en
Lyon desde 1740 y autor en 1751 de "Elementos de la Hipiatría y los Nuevos
Conocimientos de la Medicina Equina", a fundar en esta ciudad una
"Escuela para el tratamiento de las enfermedades de las bestias".
Comenzó a funcionar el 2 de enero del año siguiente y el 13 de febrero ingresó
el primer alumno. Las clases empezaron el día 16 del mismo mes; el 27 contaba
la Escuela con cinco alumnos, ocupados en hacer disecciones y copiar las
lecciones orales.
La
historia cuenta que Bourgelat (1712-1779), que fue primero abogado y luego
militar, defendió en una ocasión a un individuo acusado por un delito. Habiendo
logrado su libertad tomó Bourgelat conocimiento de que su defendido era
realmente culpable, por lo que desconsolado, abandonó el foro y la toga
dedicándose a su otra gran pasión, los animales [14]. Ya en esta labor fue el
primer director y organizador de la Escuela de Veterinaria de Lyon, como más
tarde también lo fue de la de Alfort, creada en 1765 en un suburbio de París, a
nueve kilómetros de su centro geográfico, sobre la ribera del Marne. El 3 de
junio de 1764, por decreto del Consejo de Estado francés se le confirió el
título de Escuela Real a la Escuela de Veterinaria de Lyon [15].
Mientras
tanto, en España recién en 1792 se inaugura la Escuela de Madrid. El
Proto-Albeiterato terminó incorporándose a esta Escuela en 1835, cuando se creó
la Facultad de Veterinaria. Finalmente en 1850 y después de trescientos
cincuenta años de actividad el Proto-Albeiterato desapareció.
A partir
de la creación de la Escuela de Lyon, fueron apareciendo rápidamente, en
distintas ciudades europeas institutos análogos. En 1798 se fundó la Escuela
Superior de Veterinaria de Hannover. La de Toulouse es de 1822. La Escuela
Superior de Veterinaria de Bruselas (Bélgica) fue fundada en 1840.
Contemporáneo
de Bourgelat, brilla en la historia veterinaria francesa Charles Vial de
Saint-Bel (1753-1793). Graduado en Lyon, enseñó en París, en la escuela de
Alfort. Exiliado durante la Revolución Francesa, fundó en Inglaterra el
Veterinary College of London en abril de 1791. Falleció a los dos años de su
gran obra, a consecuencia del muermo, enfermedad que contrajo de uno de sus
pacientes equinos.
En
América el primer antecedente de un centro dedicado a la enseñanza veterinaria
se halla en México. En 1853 se fundó la Escuela Nacional de Agricultura y
Veterinaria en San Jacinto, que más tarde pasó a llamarse Escuela Nacional de
Medicina Veterinaria y Zootecnia.
El
primer curso de veterinaria en los Estados Unidos se estableció en la
Universidad de Cornell durante 1868, aunque la primera escuela de veterinaria
se fundó en el Colegio del estado de Iowa en 1879.
Finalmente
vaya una referencia a otro sabio francés que con sus investigaciones permitió a
la medicina veterinaria avanzar a pasos agigantados en la segunda mitad del
siglo XIX. Luís Pasteur trabajó en diversos aspectos de las patologías
animales, desde sus estudios sobre los medios de control de la pebrina,
enfermedad del gusano de seda, efectuados entre 1865 y 1869, pasando por las
vacunas contra el cólera aviar (1880), el carbunclo (1881) [16] y la erisipela
del cerdo (1882) hasta culminar con el descubrimiento de la vacuna contra la
rabia en 1885[17].
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